
Una de las más importantes tradiciones de este país, es el "Día de Muertos", para entender las celebraciones de este día especial para los mexicanos, hay que remontarse al pasado prehispánico, en el que la muerte no tenía la significación aterrorizante que le dieron los europeos, sino que se concebía como algo inmediato, afectivo y, sobre todo, festivo. En los pueblos mesoamericanos existía la convicción de que la verdadera existencia se iniciaba cuando los corazones no latían.
Los aztecas establecieron dos celebraciones diferentes para recordar a sus muertos: una, a la que llamaban Miccailhultontli "fiestecita de la muerte", y otra denominada Huey Miccaílhuitl "gran fiesta de los muertos". En los primeros años de la Colonia, fray Diego Durán observó que los indígenas continuaron sus ceremonias mortuorias, ajustándolas a la nueva liturgia. Fue así como, al celebrarse el 1 y 2 de noviembre de cada año, días de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, respectivamente, los grupos indígenas continuaron sus tradiciones de Miccailhuitontli y Huey Miccaílhuitl.
En la actualidad, el culto a los muertos en nuestro país define a las diversas etnias, tipos de comunidades y estratos sociales. En las clases medias y altas de las grandes ciudades encontramos elementos ajenos, extraños a nuestra cultura, por lo que sus manifestaciones artísticas se enfocan hacia el mercantilismo y el consumismo. No sucede así en las localidades indígenas, barrios y colonias semiurbanas, donde el culto y todo lo relacionado con la muerte es objeto de un tratamiento diferente, de ceremonial complicado. En los sectores populares, la muerte y el contacto con los muertos tiene suma importancia; además, es un acontecimiento donde la comunidad entera participa. Los muertos son, por tanto, parte del grupo, y el contacto que se establece entre vivos y muertos debe ser constante.
Respecto de la actitud del pueblo mexicano para con la vida y la muerte, el escritor Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, dice: "Para el habitante de Nueva York, París, Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: ‘Si me han de matar mañana, que me maten de una vez’.
Por otra parte, las celebraciones de los días 1 y 2 de noviembre consisten en una serie de prácticas y rituales entre las que destacan la recepción y despedida de las ánimas, la colocación de ofrendas o altares de muertos, el arreglo de las tumbas, la velación en los cementerios y la celebración de los oficios religiosos. En algunas regiones del Estado de México y del resto del país, se ofrenda también el 28 de octubre a los que murieron en un accidente y el 30 del mismo mes reciben a las almas de los limbos, de los niños que murieron sin ser bautizados.
La ofrenda en sí deriva de la concepción de que todos los muertos visitan la casa de los vivos para participar juntos en la fiesta. Se ofrece a los antepasados sus alimentos, bebidas, frutas y dulces predilectos. El pan es el símbolo de invitación fraternal para con el recién llegado; las flores significan la pureza y la ternura; el copal y el incienso alejan a los malos espíritus, son elemento de alabanza, representan la ofrenda a Dios y unen al que ofrece con el que recibe. El agua, fuente de vida, se brinda a los difuntos para que mitiguen la sed, producto del largo camino. Cabe destacar la variedad de dulces que se elaboran, ofrendan y obsequian, y que se expenden en la Feria del Alfeñique, de fama nacional e internacional, que año tras año se instala en los portales de la ciudad de Toluca. Los artesanos del dulce confeccionan esqueletos, calaveras, tumbas, animales, representaciones de músicos, personajes que practican diversos oficios hechos de tela, papel, chocolate, azúcar, frutas, madera, barro, chicle y otros ingredientes de consumo popular.
Es costumbre ampliamente difundida visitar los panteones. Algunos grupos indígenas como los mazahuas del Estado de México colocan ofrendas sobre las tumbas y consumen los alimentos en el propio panteón; además, acompañan la velación con diversos tipos de música.
De esta manera se busca establecer una verdadera comunicación entre vivos y muertos. En otras comunidades, al levantar la ofrenda, los alimentos se intercambian con familiares y amigos. De esta manera, la práctica ritual, combinada con las ceremonias y ofrendas, transmite un proceso cultural en el que la mayoría de la población participa como parte de la vida social de México.
Quiero compartir con ustedes estos fragmentos relacionados a este Día Especial
Estrella que te asomas, temblorosa y despierta,
tímida aparición en el cielo impasible,
tú, como yo -hace siglos-, estás helada y muerta,
Más por tu propia luz sigues siendo visible.
¡Seré polvo en el polvo y olvido en el olvido!
Pero alguien, en la angustia de una noche vacía,
sin saberlo él, ni yo, alguien que no ha nacido
dirá con mis palabras su nocturna agonía.
Xavier Villaurrutia
Uno de miedo
(fragmento)
La muerte sabe
a dulce de pepita
a cordero de dios que se disuelve y limpia
los pesares del mundo. Niños de toda edad
con atavismo celta-chichimeca
devoran cráneos de azúcar traslúcida. Copas de almíbar
donde el último aliento se anticipa
en el vidrio soplado del alfeñique. Alguien hurtó
las herramientas del destino
para labrar tu calavera y plantarle tu nombre
en la frente.
Semanas antes de los días de muertos
se vienen a poner en el portal
los hacedores de arcanos festivos. Tienden su
simulacro de panteón
y la despreocupada humanidad pasea
entre esqueletos que pelan los dientes
y frutales ofrendas que convidan
al fiel difunto de cada quien
lleva consigo. Nada tendría que hacer
la chocarrera calabaza de halloween
con su estudiada mueca de
asústate o te mueres
si no fuese también un fruto nuestro que regresa
del otro lado mascando inglés
con dentadura postiza. Aquí la calabaza no se vacía
para usarla de máscara. Se come cocida en trozos
endulzados con piloncillo y se sopea
en un plato de leche como el camote
acicalado. Con el chilacayote seco se preparan
los cabellitos de ángel.
Los dulces de los muertos son acitrones
naranjas cubiertas
frutas cristalizadas. Con pasta de semillas
o leche están hechas frutitas falsas
cubiertas de color y canela en polvo. Pero de azúcar
se modelan borreguitos de ondulante vellón
y se moldean las calaveras que nos ven
desde sus órbitas de papel estaño.
Alfonso Sánchez Arteche
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